lunes, 25 de abril de 2011

Capítulo 3.0 A mí me funcionó.

Seguro que el título de este capítulo os es familiar. Lo hemos escuchado en la televisión, en la radio, en internet, etc., principalmente lo oiremos decir a gente relacionada de alguna manera con las terapias pseudomédicas que hemos tratado con anterioridad. Y no es para menos, ya que es el argumento más cómodo posible para defender que la terapia no es una estafa y por tanto es efectiva.

El problema con esta afirmación es que las experiencias personales no son garantía suficiente de que algún tratamiento es realmente efectivo. Por ejemplo, supongamos que tengo una dolencia y mi amigo me transmite sus conocimientos pseudomédicos mediante el famoso "a mí me funcionó", recomendandome tomar una pastilla homeopática. Tras aceptar y tomármela, noto una mejoría. Hay tres posibles causas de esta mejoría:

1.- Que mi organismo haya conseguido minimizar la dolencia.
2.- Que el remedio haya afectado a mi organismo, empeorando su situación y haciendo que parezca que quien ha ayudado en realidad ha sido este mismo.
3.- Y por último, que de verdad haya surtido efecto.

La primera y la segunda son las más plausibles, ya que no necesariamente hay una relación entre ambos sucesos: tomar una pastilla homeopática y que la dolencia desaparezca. Es más, hay un enorme abanico de posibilidades que podrían haber actuado antes de que lo hiciera la tercera posibilidad.

Para reducir dicho abanico de posibilidades se suelen realizar ensayos clínicos rigurosos y serios. Esta es la única forma de asegurar que un remedio es eficaz o no, y es uno de los motivos por los cuales cuando vamos al médico confiamos en que la receta que nos da nos curará. Y aquí es donde las pseudomedicinas fallan por completo, ya que o bien no hay ensayos clínicos realizados sobre esos remedios pseudocientificos o si los hay se demuestra que no son efectivos.

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