jueves, 9 de diciembre de 2010

Capítulo 1.0. Un pulgar que chupar.


"La vida es sólo un vistazo momentáneo de las maravillas de este asombroso universo, y es triste que tantos la estén malgastando soñando con fantasías espirituales" Carl Sagan
Qué bonito sería poder predecir tu futuro tan sólo con mirar la posición de una constelación, qué bonito sería poder curar cualquier enfermedad con sustancias inocuas, o poder reestabilizar nuestro "equilibrio biológico" con tan sólo una pulsera, una joya, o un mineral, con propiedades extraordinarias. Ojalá el universo hubiese sido creado para nosotros, y nosotros, creados a imagen y semejanza del creador. Nosotros, unos insignificantes seres de un planeta, entre billones y billones que hay en el universo, seríamos unos privilegiados por el hecho de burlar nuestra verdadera identidad y posición en el cósmos gracias a infantiles convicciones. La pseudociencia ofrece esperanza, mitiga las necesidades primitivas que tenemos de fantasear y ver nuestros sueños hechos realidad, además de dar una explicación, aunque sobrenatural, de lo que no se conoce. Como inconveniente principal, nubla la razón, y entonces, el oscurantismo, el espiritismo y la superchería proliferan como un virus.

Cuando desde el principio uno se encuentra rodeado por la pseudociencia es muy difícil darse cuenta de que la información que recibe no es del todo cierta, ya que esta no ofrece ni evidencias ni demostraciones que la verifiquen. Esta es una de las razones por las cuales las grandes religiones, en su época de "esplendor", influyeron en gran medida en la población, en la cultura y en la política. Los conocimientos sobre Ciencia, en aquella época, estaban destinados al olvido, o tan sólo dignos de unos pocos eruditos, los cuales solían ser presionados con cada publicación científica importante y que comprometía las distintas religiones.

Muchos opinan que la Ciencia no es de fiar, ya que, constantemente modifica sus resultados y teorías, no es del todo precisa y tampoco es segura al cien por cien. Es un razonamiento del todo humano, pero, como humanos que somos, no hemos nacido con la idea de método científico, por tanto, nos cuesta asimilar que el cambio y la modificación no tienen por qué ser considerados malignos, al contrario, el cambio y la modificación suelen ser síntoma de madurez. Como cualquier instrumento de medir, la Ciencia tiene un límite de precisión que generación tras generación intentamos optimizar. Si no, como ejemplo, tomemos una regla de medir ordinaria e intentemos medir una distancia de doscientos nanómetros. En vez de usar una regla de medir cualquiera de dm, cm y mm, ¿Por qué no usar la máquina de calibración F25 del laboratorio de metrología de Oberkochen (Alemania), capaz de medir con un error mínimo de 250 nanómetros? Gracias a la modificación, se ha llegado a optimizar tanto la tecnología, que ya somos capaces de construir instrumentos, o aparatos, capaces de realizar operaciones mucho más precisas que con los aparatos de los que se disponía hace medio siglo. Entonces, ¿Qué hubiera ocurrido si todos los seres humanos hubieran adoptado la misma filosofía de dejarlo todo tal como está, por la simple conjetura de que el cambio y la modificación es síntoma de falsedad? Probablemente, yo tendría que hacer este trabajo de investigación a mano y con pluma, con el inconveniente de que tardaría muchísimo más y la única información que recibiría sería la que se ha recopilado en libros o pasado de boca en boca, y aún así, sería un afortunado por tener esas fuentes de conocimiento.

La ciencia no es lo que uno quiere que sea. Es como la regla de medir y, por tanto, no está exenta de errores, si no que está diseñada para acercarse lo máximo posible a la verdad, por poco reconfortante que esto sea. Apoyar todo el conocimiento de una civilización en las esperanzas, los deseos, las convicciones, las fantasías, los criterios personales, o en la cultura, no en hechos probables, es peligroso. Apoyar el conocimiento en unas bases, sólidas, pero moldeables, hace de la estructura científica una verdadera fortaleza resistente a los peores huracanes e inundaciones, pero dura consigo misma, es decir, autocorregible. Si no cuidamos esa fortaleza, nos veremos expuestos a los peligros de la naturaleza, nuestra esperanza de vida se reducirá, las enfermedades proliferarán todavía más y seremos una civilización vulnerable... de nuevo.

El siguiente video, de Carl Sagan, complementa muy bien lo que he comentado por ahí arriba y le añade un toque especial, típico de un gran maestro de la divulgación:


Ya podéis cerrar la boca o quitaros las lágrimas...

0 comentarios:

Publicar un comentario